Los vecinos pueden ser una bendición o una calamidad.
El buen vecino es amable y se pone en el lugar del otro, siempre, no sólo cuando le conviene.
Sabe que cada quien es diferente y único y tolera razonablemente las diferencias humanas.
Respeta y se hace respetar.
Vive y deja vivir.
Ayuda y sabe pedir ayuda.
Se interesa generosamente por el bienestar ajeno, sin entrometerse pero sin aislarse.
El mal vecino es mal educado, desconsiderado, cree que sólo existe él y sus caprichos o conveniencias.
Se cree lo "máximo" y todos los demás son torpes o aburridos.
No le gusta dar ayuda, más bien estorba y fastidia.
Se entromete en lo que no le va ni le viene y cree que la tolerancia significa que todos deben aguantarlo sin chistar.
A ser un buen vecino se aprende.
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